miércoles, 1 de septiembre de 2010

Ángel de la soledad (Redondos)

UN ÁNGEL PARA TU SOLEDAD
(Transcripción Gabriela Robledo)


Ya sufriste cosas mejores que éstas
y vas a andar esta ruta, hoy, cuando anochezca.
Tu esqueleto te trajo hasta aquí
con un cuerpo hambriento, veloz
y aquí ¡gracias a dios, uno no cree en lo que oye!
Ángel de la soledad
y de la desolación
preso de tu ilusión, vas a bailar,
a bailar, a bailar, bailar.
Es tan simple, así.
No podés elegir,
claro que no siempre, ¿ves?
resulta bien.
Atado con doble cordel, el de simular,
no querés girar maniatado, querés faulear
y arremolinar,
oh, oh, oh.

Medís tu acrobacia y saltás,
tu secreto es: la suerte del principiante
no puede fallar.

Alguna vez, quizá, se te va la mano
y las llamas en pena invaden tu cuerpo
y caés en manos del ángel de la soledad
y él, gracias a dios,
tampoco cree en lo que oye.

Ángel de la soledad
y de la desolación,
preso de tu ilusión,
vas a bailar,
a bailar, bailar.

Por mis penas bailar.
Y por tu soledad.

lunes, 21 de septiembre de 2009

de Agosto en mapas

LA NOCHE MÁS LARGA







Cuando nada es lo que parece

Cuando nada es lo que parece.
Sobredosis de otredad.
Veneno de mí.

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Péndulo


Un péndulo en el vaso, no mirarse a los ojos.
La ventana cerrada, ahogar el tiempo.
La voz atornillada.

La lluvia que no fue inunda mi casa.

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Atajos imposibles

Casas deshabitadas.
Dunas en un desierto de sal.
Los ojos colmados de vientos extranjeros.

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Invierno


Galerías subtecráneas.
Gusanos que me celebran.
Humedad de sótano, de insomnio.
Aquí, en el mismísimo invierno.


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Tarde


La tarde fue arrojada como una piedra.
Polvo de la tierra prometida.
Ecos. Vacuidad. Ensimismamiento.

Nada de nada.

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Sin dios


Sin dios y sin peces
renuncio a tanta tarde
y espero.

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Noctámbula


Útero de colillas muertas.
Bestias memoriosas.
Una taza de café.
La lengua de la noche lame y lame.

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Distancia

La distancia es un iris
sin extremos
un náufrago que no cree en tierra firme.


Madrugada


Qué haré con la ceniza de ésta madrugada
nombrarla
olvidarla
conjurar.

Migas de sol
sobre los párpados.
Un puñado de mica.
Un camino polvoriento.

Grietas. Un sol de trapo.
El humo. El humo.
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Silentium


El libro no escrito.
Los ojos en ascuas.
Este atardecer por la espalda.


Emergencia poética I


Reposa el azul.
El poema lo emerge.

Juego de contrapesos.

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Emergencia poética II

Ultramar
sin oráculo, sin timón, sin patas de conejo.
Un jardín de sal.
Una margarita negra.

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Inmateria


No soy de barro
sino de ausencia.
El señuelo


Amapolas en el vientre.
Tu nombre en la punta de mis yemas.

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La sandía de Frida


Beber el jugo de la sombra
o morderle el cuello a la sed.

La sandía de Frida nos fue prohibida.
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Paleta I


Trifurcada en senderos amarillos, magenta, amatista
furiosas pinceladas
estallan desde el centro

hacia tu borde, hacia mi orilla
no es sangre lo que tiñe tu corazón
no es placer lo que busca tu placer.

Paleta II


Un aullido que trepa hasta la fiebre.
Tu paleta vacía se quiebra.
Mis ojos en blanco y negro.
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Viaje

Vivir es ocaso
hacia el centro
el viaje
desde tu fuga
mi punto de ojo.
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Peces ciegos


Abrimos esos mensajes que arrojamos al mar.
En un rincón de la madrugada
somos peces ciegos
agua
agua.


Afluentes


Nunca nos preguntamos por qué nos bebíamos.
Esclavas de la sed.
Reinas del río.
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Sombras chinescas


Tanto jugamos a las sombras chinescas
que nos devoró el día.

A contraluz. A contrapelo.

Cíclopes ciegos a la deriva.

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Juego


Una vela que no enciende, una palabra de cera.

La almohada insomne donde elegiste vivir.

El manojo de llaves que rasguñas de tanto en tanto
para que te rescate de una celda de otro mundo.

A un costado del tablero
las piezas se desnudan, se mezclan, se pierden.

Ya no reconozco tus señas.
No es otra partida
es otro juego.

El peor rival es el ausente.




Despedida


Besaste una tierra escarchada de sueños.
Recogiste los frutos de la noche
en clepsidras de medir lo imposible.
El aliento sostenido. Húmeda. Sórdida.

Agosto crispado hasta los huesos.

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Fragmentos


Retornan mis ojos desde el vidrio.
Fragmentos de alguien.

Nada refuta la obviedad del páramo.
Nadie recoge flores. Las palabras que llegan
son vasijas rotas donde guardo lo que no tengo.

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Alguien


Voces del otro lado de la máscara
llegan sin permiso, sin excusa.
El miedo se desgrana como una tormenta de nieve.

Alguien quiere entrar a mi casa.
Alguien fuerza la cerradura.
Alguien teme.
¿Quién se está llevando lo que me pertenece?

El samaritano que toma lo que dio no es un ladrón.
El espejo de Judas melancólico.
Un puñal asestando el centro.

No podrás liberarte de lo que no tienes
aunque me dejes sin nada.

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Una sombra


Una sombra sobre otra sombra
el espejo del miedo
la ceguera del talión.
El golpe que das es el que te duele.
Yo recojo los pedazos
descubro el rostro al verdugo
y brindo por lo que fuimos.

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Ella


Ella habita un país de ojos con rincones poblados de ángeles.

De pie, sobre la cuerda del tiempo y el espacio
sostiene al mundo en sus manos y se lleva en andas
sin más compañía que el aire frío de la altura
sin más horizonte que las hilvanadas respuestas de un dios /melancólico.

Ella ama a una mujer que la ama
pero el amor nunca fue suficiente red para las trapecistas.

Para sus malabares, toma el fuego
y se precipita al destino de una clava más.
Entre el espejo del cielo y el infierno
los ángeles y demonios se multiplican.

Ella carga demasiadas llaves.
Cada vez que intenta abrir un cerrojo , una luz horada su rostro.
Ella sabe que la cuerda puede traicionarla.

Sus ojos guardan la espesura del bosque.
Sus sueños trepan como enredaderas afiebradas por las cuatro /paredes.

Con la valentía de una náufraga los arroja como piedras
pero el blanco es siempre móvil.

Ella es la heroína de todos los cuentos
la intrépida jinete de la fatalidad y la belleza.
En cada acrobacia de luz roza los bordes de su tiniebla.

Al encontrarse los espejos
acaso el punto de fuga se abra en un haz de cuerdas
acaso del otro lado esté ella esperando.



Retrato


Trazo a tientas mi retrato
el silencio picotea la memoria,
la lluvia insiste en morderme la espalda,
rasguña como el sudor anterior a la muerte.

Los ojos son una puerta abierta sin retorno.
El ceño alerta
como un pequeño animal que recuerda haber soñado con la trampa.
Los pómulos, una constelación derramada
con incrustaciones de nube espesa.
La nariz, custodia ciega de una erupción de sombras.
Labios como velas alineadas al costado del derrumbe.

Hundo los dedos en la tierra
y mi rostro se desacuarela.

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En un rincón


Ya armé tus valijas con camisas escritas por el sudor,
poemas desentramados como acuarelas bajo la lluvia,
cajitas con música.

En la noche más larga que recuerdo
el incienso, de una bocanada,
te llevó a un país de flores de tela y pájaros embalsamados.

Los dedos de una hechicera ciega
soltaron una a una las puntadas de mi grueso ropaje
me untaron con agua salada
y me ofrendaron desnuda a una Venus que se abría paso
desde orillas imposibles.

Húmedo perfume del escondrijo.
Madriguera de cuerpos crepitantes.

Deliraba de placer mientras tu imagen
retrocedía por un túnel de sombras hasta enmarcarse quietamente sobre la mesa de luz.

Al quebrar el día nada pudo fraguar las gotas de sol /centelleando la mirada,
las plumas alucinadas batiéndose en las venas,
la sonrisa a prueba de cualquier apocalipsis.

En el rincón más oscuro de la casa esperan tus valijas.

En el atrio más alto de mí misma
un juez grave dicta sentencia:
Culpable de caminar la vida engañando a la muerte;
inocente de cualquier otro cargo.

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Faro


Me urge escapar de tus ojos,
prender fuego con todos los ovillos donde se enredó tu ausencia,
cazar las alimañas que despedazan mi carne,
arrancar las sogas de mi garganta.

Te sentaste a la sombra de un árbol lejano
a mirar como quien espera recibir una señal
junto a una orquesta de sikus resquebrajados,
óleos de pintar raíces en el aire
y tu devastado equipaje.

Pediste que te guiara en una empecinada ceguera
sin embargo siempre me llevabas a ese rincón de esquinas /afiladas
a ese río donde bañabas tus heridas
a ese jardín regado con el agua salada de tu precario cuerpo.

Estuve parada al borde de tus pupilas.

Sobre mis huellas cae la arena de tu castillo
y retrocedes a cobijarte bajo un atardecer que nos recuerda.
Pero no seré más el bastón que recorra tu tiniebla
ni la guardiana de sueños abiertos por herrumbrados alfileres.

El faro de la noche se enciende
y me acompaña al puerto de salida.